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Lunes, 29 septiembre 2025
Argentina
29 de septiembre de 2025
PERDIDA DE IDENTIDAD

La UCR de Río Negro: de la hegemonía provincial a un apéndice de Weretilneck

En un encuentro en General Roca, la Unión Cívica Radical selló una vez más su "pertenencia" al oficialismo provincial liderado por el gobernador Alberto Weretilneck. El recorrido a través de los años de un partido que fue gobierno casi 30 años y hoy está desdibujado

La UCR de Río Negro: de la hegemonía provincial a un apéndice de Weretilneck
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Bajo el paraguas de la alianza "Juntos Defendemos Río Negro" (JDRN), dirigentes radicales como presidente del partido en la provincia, y candidatos como Miguel Evans y Juan Pablo Muena, compartieron escenario con el mandatario para alabar un "proyecto colectivo" que prioriza el "diálogo" y la "defensa de los intereses rionegrinos".

Weretilneck, en su cuenta de X, no escatimó elogios: la UCR es "fuerza histórica" y "presente y futuro", con jóvenes como Evans representando "la renovación". Sin embargo, este abrazo fraterno no es más que la culminación de un largo proceso de erosión identitaria y debilitamiento político que ha convertido al radicalismo rionegrino —antiguo dominador de la provincia durante 28 años— en un mero satélite del poder ejecutivo, sin voz propia ni capacidad de influencia real.

La historia del radicalismo en Río Negro es la de un partido que forjó su hegemonía a fuerza de pragmatismo y control territorial. Desde el retorno a la democracia en 1983, la UCR gobernó ininterrumpidamente la provincia por casi tres décadas, con figuras como Horacio Massaccesi (1987-1991 y 1999-2003) y Pablo Verani (1995-1999) como pilares de un "predominio pragmático" que se extendió hasta 2011. 

En ese lapso, el partido no solo acumuló experiencia administrativa —desde la implementación de políticas de desarrollo hídrico hasta la expansión de la educación pública—, sino que construyó una red de intendencias que lo posicionaba como el eje de la política local.

 Río Negro, creada en 1955, había sido un bastión radical desde sus inicios, con la UCR del Pueblo (UCRP) y la Intransigente (UCRI) alternándose en el poder durante la proscripción peronista, y consolidando su dominio en la era democrática. Esta hegemonía no era casual: se basaba en una identidad clara, de centro, laica y federalista, que resonaba con las clases medias rurales y urbanas de la región. El declive comenzó a finales de los 2000, cuando el kirchnerismo nacional erosionó las bases del partido a nivel país, y el Frente para la Victoria, capturó el descontento con la "rosca política" radical. 

La derrota electoral de 2011, que llevó a Carlos Soria al gobierno secundado por Alberto Weretilneck, marcó el fin de la era UCR: el partido pasó de la gestión ejecutiva a una oposición fragmentada, perdiendo intendencias clave y militantes que migraron al nuevo oficialismo por promesas de continuidad y recursos estatales.

 Un análisis de 2019 describe este proceso como un "desgranamiento": deserción masiva de votantes y dirigentes, dilución de la identidad histórica y una crisis interna que dejó al radicalismo "como los secundarios en crisis", vulnerable a la absorción por fuerzas más ambiciosas. 

Factores como la corrupción en gestiones previas (casos de nepotismo en intendencias) y la incapacidad para renovar liderazgos contribuyeron a esta debacle, con el porcentaje de votos radicales cayendo del 40-50% en los 90 a menos del 20% en elecciones posteriores.

La alianza con Weretilneck, iniciada formalmente en 2023, aceleró esta transformación de opositor a apéndice. Tras romper con Juntos por el Cambio (JxC) —acusando falta de diálogo con PRO y ARI—, la UCR se plegó al "gran acuerdo" provincial para las elecciones de ese año, asegurando a Weretilneck su tercer mandato con más del 40% de los votos. 

Esta movida no fue solo táctica: implicó ceder espacios en listas legislativas y aceptar una agenda dominada por JSRN, que incluyó vínculos controvertidos con La Cámpora (el ala dura del kirchnerismo) y acusaciones de clientelismo —como la distribución de fondos discrecionales para obras en distritos radicales a cambio de lealtad— y tolerancia hacia el magnate británico Joe Lewis, dueño de tierras en Lago Escondido pese a conflictos mapuches. 

Críticos internos, como el sector "Nuevo Radicalismo", denuncian que esta sumisión traiciona los principios de autonomía y transparencia, convirtiendo al partido en un "vehículo electoral" sin proyecto propio. 

En 2025, la ratificación en Roca no es un mero trámite electoral para renovar bancas en el Congreso —donde JDRN busca retener senadores como Mónica Silva y diputados como Aníbal Tortoriello—. Es el síntoma de una UCR en llamas: purgas internas de más de 20 dirigentes (incluyendo intendentes y concejales) por "traición" a la alianza, y una crisis de representatividad que impidió incluso internas partidarias.

De hegemonía a sumisión, Río Negro es el espejo de un partido que, para sobrevivir, ha olvidado ser oposición. Si octubre trae más "pertenencia", el desgranamiento podría ser irreversible.
 

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